El Valle del Undoso
El primero de Agosto de 1975 decidimos acampar por
unos días cerca de la ribera oeste del río Sagua La Grande en algún lugar entre la ciudad y la desembocadura, trecho que por
sus características, brindaba gran probabilidad de asentamientos aborígenes. Hasta el momento no se conocía “la arqueología”
en toda la región y nosotros tratábamos de aprender la parte teórica por medio de folletos y boletines editados en la capital
para así introducirla en el resto de los exploradores de Sagua; un año atrás (1974) fui invitado por el arqueólogo Alfredo
Ranquin a una excavación aborígen junto al castillo de Jagua en Cienfuegos y por varios días tuve la oportunidad de entender
la parte práctica de una excavación. Al regreso a Sagua le expliqué a mis colegas todo lo aprendido, pero dejé para el campo
la demostración de cómo se cuadraban los cordeles en la tierra para delimitar la excavación y los detalles de proteger sutilmente
cada capa que excaváramos. Pero ¿Existirían sitios arqueológicos en Sagua?. Primero, “antes de hacer la autopsia teníamos
que tener al muerto” y hasta el momento no se conocía uno en toda la región y habíamos revisado muchas bibliografías
para estar seguros si el trabajo ya se había realizado antes; en La Habana tampoco se sabía nada de arqueología aborígen en
Sagua La Grande, por lo que podíamos afirmar que la región estaba virgen; nuestra experiencia solo giraba en torno a leyendas
de Caciques que la tradición oral ha conservado en las calles sagüeras (como los casos del cacique Caguax y el de la zona de Macún); el palafito de Carahatas que narraron
los cronistas, el comentario de Alcover sobre restos de indios en el mogote y una anécdota que habíamos recogido sobre una
canoa india que se conservó en Sagua por mucho tiempo como bebedero para el ganado; esa era la arqueología de Sagua hasta
1975, pero científicamente nada se había hecho en Sagua hasta el momento y necesitábamos un reporte serio como lo exige la
ciencia arqueológica moderna. Así que seleccionamos una gran meseta en la zona de “El Dorado” después de dar varias
vueltas en el jeep del viejo Alfredo Pérez Pérez por todos los recovecos de la cuenca del Undoso. Aquí llegamos a eso de las
8 de la mañana para instalar nuestra casa de campaña Alfredo Pérez (hijo) y yo; el objetivo era rastrear ambos lados de esta
ribera oeste durante dos o tres días.
Se trataba de encontrar al menos unos pocos vestigios que nos indicaran la presencia del indio en esta zona,
para así posteriormente, organizar una expedición mayor y más duradera, pero el destino quizo que no necesitáramos mucho tiempo
para este empeño. No habíamos terminado de instalarnos, cuando me puse a estirar
los vientos (sogas) de la casa de campaña y clavando unas de las cabillas tropecé con un pedazo de sílex que a todas luces
¡ era un instrumento trabajado ¡, se veían claramente sus retoques marginales y esto lo había confeccionado un ser humano
muy antiguo. ¡ Mi entusiasmo bastó para que tirara el martillo y sin terminar de levantar la tienda me pusiera a registrar
toda el área con una pequeña palita, resultando que en una de estas calas de prueba hallé la pieza definitiva, una hermosa
gubia que revelaría la “Primera Zona Arqueológica de Sagua La Grande”. El entusiasmo era enorme; nos encontrábamos
sobre un inmenso Sitio Arqueológico y aparecían piezas por todas partes, casi a flor de tierra. No habíamos necesitado ni
un solo día de exploración pues aquello era muy evidente para los ojos entrenados.
Mi colega regresó a la ciudad para anunciarlo
a la prensa y la radio, y toda la provincia se enteró al día siguiente del “insólito descubrimiento del grupo Sabaneque
de Sagua”. Yo me quedé junto a nuestra tienda de campaña saboreando aquella pequeña colección de objetos indios con
que el destino nos había premiado. Al anochecer regresaba nuestro amigo desde Sagua con un suculento banquete y cerveza. ¡
Aquello había que celebrarlo por todo lo alto ¡. Nunca olvido las alegres felicidades que me dió Yolanda Carratalá mi madre
postiza (como yo le decía), por aquel descubrimiento soñado. Ella nos visitó y compartió el acontecimiento científico que
cambiaría la historia de Sagua La Grande.
Por dos días acampamos junto al Undoso, entre
guitarra y fogatas solo celebrábamos lo que considerábamos el comienzo de una gran empresa; ahora debíamos conseguir el permiso
de excavación y a la vez comenzar a explorar todo el río con vistas al mapa arqueológico de toda la zona.
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