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Grupo que participó en la “Primera Expedición Arqueologica del río Sagua La Grande. Dentro
del bote (de Izquierda a Derecha) Tintín, Lázaro Daniel, Guillermo y Rafael. Fuera del bote: Alfredo despidiéndo a la expedición.
Parado en la escalinata: Jorge Luis López (El Cuco) otro miembro del Grupo "Sabaneque" que en esta ocasión no participó de
esta exploración.
PRIMERA EXPEDICION ARQUEOLOGICA
(Operación Undoso 1976)
El
1ro de Agosto de 1976 partimos un grupo de 4 personas en los que denominamos; “OPERACIÓN UNDOSO” que consistiría
en explorar durante diez días el tramo comprendido entre la escalinata del Parque “El Pelón” de Sagua y la desembocadura
en Isabela. Los integrantes éramos: Rafael Jiménez, Lázaro Daniel, Guillermo Morales y yo (luego nos visitaría por tierra
Urbicio, Migue y Alfredo, que participaría con nosotros en la última exploración del día 10 de Agosto). Inicialmente teníamos
el objetivo de explorar durante el día e instalar el campamento donde nos sorprendiera la noche, pero más tarde decidimos
instalar el campamento central en la herradura de El Júcaro y desde allí organizar expediciones diarias con menos carga hacia
ambos lados en grupos de a dos.
Aquella hermosa mañana el clima estaba a favor nuestro,
José Antonio nos había dado el informe del tiempo, quedaba poca malanguilla lo cual nos facilitaría el avance, algunos amigos
del grupo Sabaneque fueron a ayudarnos a cargar el pequeño bote de motor “Inés” que nos habían prestado en la
Isabela y después de probar en bote con unas vueltas a todos los presentes, en la misma escalinata del río se hizo la carga
de catres, faroles, cajas de comida, combustible, mochilas personales, entre otra gran cantidad de artículos que nos alarmó
porque el pequeño barco quedó sin un solo espacio para caminar. Algunos “sabaneques” quedarían en Sagua pero otra
parte del grupo partiría con Alfredo dentro de dos días para explorar otras áreas de la región Sagua, entre los que estaban
José Santos y Fidel Roche. Una gran cantidad de amigos sagüeros concurrió a la escalinata para despedirnos y celebrar a la
vez aquel gran acontecimiento “La Primera Expedición Arqueológica de Sagua La Grande” y lo hicieron con algunos
tragos de ron, entre ellos el Cuco (nuestro primer fotógrafo), Carlito Cruz, el Gobio y Gustavo Pérez Huet; bromeamos que
solo faltaba la banda municipal y nos despedimos de la muchedumbre reunida en el improvisado atracadero del río.

Salimos de nuestro Rincón Martiano a eso de las 10 de la mañana y con lento avance pues la carga era demasiada y no podíamos movernos apenas por temor a que se nos volteara
fácilmente por lo que nos demoramos mucho en llegar a Santa Ana donde decidimos detenernos a almorzar y de paso darle un vistazo
al terreno durante el resto de la tarde. Allí pudimos localizar el fundamento del antiguo ingenio colonial “Sana Ana”
y nos extrañó mucho el constatar que aun existía gran parte de su viejos hierros, argollas, palancas y mecanismos aunque en
alto grado de oxidación, decidimos entonces amontonar toda esta herrería para así tirarnos una foto con lo que quedaba del
legendario ingenio azucarero. Fuimos los últimos pasajeros del siglo XX en verlo pues tiramos los restos al río para poder
limpiar el área de excavaciones y nos dimos a la tarea de excavar lo que nos parecía un montículo arqueológico que luego resultó
ser en extremo interesante pues existían evidencias irrefutables de transculturación. Muchos de los instrumentos indígenas
que encontramos estaban muy mezclados con bella cerámica europea y parte de la vajilla colonial encontrada fue armada posteriormente
en mi casa donde uno de estos rompecabezas nos dió un plato casi completo y una caneka de vino, entre otros objetos del viejo
mundo que aun conservamos en nuestra colección privada (donde la joya principal es una cachimba española con la talla de una
sirena en su parte frontal como se tallaba en ocasiones en las proas de los barcos). El sitio lo bauticé como “Santa
Ana A” y está ubicado casi al borde de la bajada hacia el río en el mismo centro de la antigua demarcación de la finca.
Años después nos enteramos que el dueño de la finca, nuestro actual amigo el gallego Martínez, vió la excavación nuestra y
pensó que se trataba de una botija de oro que habían sacado y se quejaba constantemente de no haber sido él quien la descubriera.
Aquel día
fue de mucha alegría para los exploradores pues, no habíamos apenas comenzado la expedición y ya teníamos el segundo sitio
arqueológico del río Sagua la Grande.

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EL CAMPAMENTO DE EL JUCARO
El viaje continuó lento río abajo a través del bello
paisaje que exhibe nuestro aun virgen río Sagua. Este tramo de Sagua a Isabela está completamente desabitado y muy adornado
por frondosos árboles y ceibas centenarias habitados por aves acuáticas que le
dan vida y colorido. Ya anocheciendo llegamos a ese extraño islote que le llaman “El Júcaro”. En realidad no se
trata de un islote, solo que en estre trecho, el río hace una herradura tan cerrada, que nos da la sensación de estar completamente
rodeados de agua y para rematar, una pequeña cañada casi une las dos puntas de la doblada herradura.
Comenzamos a descargar el equipaje ya casi sin luz,
un misterioso reflejo naranja emanaba del despernado circulo solar formando un mágico dosel de fondo a un grupo de patos que
emigraban más hacia el norte. Otras escenas de este encantador panorama quedarían grabadas para siempre en nuestros corazones
como si un mensaje místico nos quisiera señalar a esta zona del río sobre las demás. Aun transcribiendo hoy estas notas de
nuestro diario ponemos revivir como en cámara lenta aquella primera impresión tan agradable que nos quedó del recibimiento
dado por el viejo bosque de Júcaros. Nunca más he recibido una impresión más placentera que aquella, al parecer se unieron
los factores del colorido paisaje con las caricias de la brisa y el olor del bosque, para hechizarnos con sus encantos; el
resto del grupo sintió la misma sensación de confort que se respiraba en aquel paraje. Más tarde, al conocer el área con más
detalles, entendí que este era un tramo muy especial del Undoso y que nos pedía cierta atención, como si ese bosque nos hablara.
La tienda de campaña quedó por fin levantada en el
centro de la herradura del Júcaro (ribera Este del río) y aprovechamos el tiempo de cocinar el arroz para darnos un reconfortante
baño en la orilla del río.Cuando el bullicio de las aves comenzaba a extinguirse todos cenábamos al borde de nuestros catres
bañados por la luz del farolito de keroseno y un poco más tarde salimos a deleitarnos con la brisa del Undoso y a planear
las actividades del día siguiente. Dormimos luego profundamente.

Campamento instalado en la herradura del Júcaro, una especie de pseudo–islote formado
por un cerrado meandro. Aquí el equipo de exploraciones estaría por 11 días.
Despertamos muy temprano el 2 de Agosto pues queríamos hacer un reconocimiento a nuestra Isla antes de partir
a las exploraciones. Con el alba, un grupito de cocoteros realzaban el encanto tropical de este maravilloso retiro de el Undoso;
¡no podíamos haber escogido mejor lugar para acampar!. ¿ Pensarían lo mismo las comunidades prehistóricas de Sagua?. Cerca
de los cocos había una cabañita de troncos y cañabrava que nos pareció abandonada pero luego comprobamos que estaba muy bien
cerrada existiendo la posiobilidad que su dueño la visitara de vez en cuando. Después de un breve recorrido por el área comprobamos
que efectivamente aquella porción de terreno constituía un perfecto refugio al estar rodeado en un 80 porciento por las aguas
de un profundo meandro. La cerrada curva en herradura que sigue el Undoso en este trecho convierte a este espacio en una pseudo-isla.
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EL MACROSILEX DEL JUCARO
Salimos a explorar hacia el Sur del campamento Lázaro
y yo. Hacia el norte enfilaron Guillermo y Rafael con la idea de dedicarnos todo el día al rastreo de la zona y al atardecer
reencontrarnos en el campamento. Les dí alguna idea de cómo buscar pistas arqueológicas y de como podían lucir ciertos objetos
indios. Atravezamos la cañada por el borde del río y nos adentramos en un bosque tupido pero con amplios senderos al parecer
muy transitados por los pescadores y campesinos pues por todos lados veíamos algún objeto civilizado en el suelo como pedazos
de pita, cacharros y botellas, le dije a Lázaro que caminara él hacia el Oeste y yo seguiría hacia el Sur; pero de pronto
Lázaro me grita: ¡ Un pedazo de Silex ¡ y señalando al piso me orienta hacia una gran lasca empotrada en en el fango sólido
que parecía como cemento. Con mucho cuidado logré desprender la extraña pieza. Aunque ya estos instrumentos líticos se habían
hecho muy común para nosotros, este en particular me llamó la atención debido a su exagerado tamaño. Por el momento nos conformamos
con acariciar el primer cuchillo aborigen que se hallaba en la región pero más tarde comprendimos la enorme importancia que
este descubrimiento representaba. El indio cubano se caracterizaba por la elaboración de instrumentos pequeños que conforman
un patrón al que todo arqueólogo antillano está acostumbrado, esta industria conocida como “Microsilex” es muy
común en todos los asentamientos que se encuentran en Cuba, por lo que el hallazgo del “Macrosilex del Júcaro”
acababa de colocar a esta zona en la lista de las de ¡ mayor interés en todo el mapa arqueológico cubano!.
Continuamos inspeccionando y haciendo calas de pruebas
a lo largo de todos los recovecos de aquel sector del río pero no encontramos una gemela de aquella pieza, en cambio una pequeña
colección de pequeñas puntas de flechas de silex y algunos pedazos de instrumentos de strombus si enriquecieron nuestra colecta.
Paralela a esta exploración arqueológica del Júcaro no dejé
de enriquecer mi colección de insectos, arácnidos, moluscos y otros invertebrados
que luego clasificaría en el campamento encontrándome que una de mis mariposas era una rara de grandes palpos labiales. Ese
día la había colocado en alfileres en una caja de colección adaptada para lepidópteros pero ninguna clave taxonómica de las
que llevé en este viaje me sirvió para identificarla completamente y luego un accidente me dañó la caja y perdí el ejemplar
original; no obstante años después la colecté de nuevo y pude identificar como
Lybytheana motya. Aunque el ejemplar actual de mi colección no es la del Júcaro, he optado por poner a aquella desaparecida
como mi primera colecta a pesar de no ser mostrable. Me hubiera gustado mucho conservar la mariposita del Júcaro pues fue
el mismo día que apareció la gran pieza silícea y yo adoro el simbolismo. En
cuanto a aves pudimos observar un gran grupo de Cocos Blancos (Eudocimus albus) y la Gallareta de Pico Blanco (Fulica Americana) que nunca antes habíamos visto.
Por la tarde nos encontramos en el campamento y nos
bañamos en el río. Oíamos la emisora musical de Estados Unidos “W.Q.A.M.” en un radio portátil VF que había llevado
Guillermo pero que Rafael se había adueñado de él y no quitaba de esta emisora. Guillermo tenía solo dos juegos de pilas y
le recordaba a Rafe que si seguía esa racha nos quedaríamos sin radio a mitad de camino (como así sucedió).
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LA CANOA INDIA
Amaneció el 3 de Agosto con el mismo buen tiempo para
tranquilidad de nuestras exploraciones. Este día acordamos que los 4 saldríamos juntos hacia el área norte que les faltó por
explorar a Rafael y Guillermo. Luego de desayunar nos adentramos por el camino que habían seguido el día anterior pero luego
una ramificación giraba hacia el norte que era el sector no explorado y este rodeaba una gran laguna formada quizás por un
antiguo meandro del río ahora aislado. En sus entornos encontramos algunos restos de instrumentos de concha pero no parecían
aflorar de algún sitio o basural, quizás existían allí producto del arrastre. Bordeamos el 70 porciento de la laguna y luego
continuamos más hacia el nordeste por un limpio camino que “a algún lugar llevaría”. La zona se sentía muy húmeda
y teníamos nuestra ropa pegada al cuerpo. No habíamos caminado más de 100 pasos de la laguna cuando vimos un montículo que
nos llamó la atención; por el lado que lo mirábamos era perfectamente redondeado pero al rodearlo nos dimos cuenta que estaba
cortado por lo que pudiera ser algún arrastre fluvial durante las crecidas de río y mostraba una especie de estatigrafía o
capas del terreno, pero lo curioso era un enorme objeto empotrado en su centro el cual nos aferramos en desenterrar pero se
nos hacía pedazos entre las manos por lo que decidimos excavar con cuidado hasta bordear sus contornos y de esta manera lograr
extraerlo en pedazos grandes pero en toda su magnitud. Aquello era raro, tenía la forma de un barco con su cavidad interior
y su fondo en forma de quilla. ¿ No será una canoa?, ¡Una canoa India!. Pues muy bien que parecía una especie de bote obtenido
de un grueso tronco que se ahuecó con fuego. Los restos de carbón se veían por debajo de la cavidad y su posición era “boca-abajo”.
Pero con buena vista detectivesca prodría incluso verse las quemaduras de su interior y los zarpazos de algún instrumento
de pala o gubia.
Bueno, no sería precisamente india (como hubiéramos
deseado) pero si existía una alta posibilidad de que alguien huviera intentado allí el ahuecamiento de un tronco por medio
de una hoguera. Muchos siglos han pasado desde que el último aborigen sagüero paseó su canoa por las corrientes del undoso-río,
y la posibilidad de encontrar restos
de una de estas embarcaciones de madera se hace por tanto casi nula. Pero entre nosotros le seguimos diciendo al hallazgo;
“La Canoa India del Júcaro”.
La tarde terminó con otras colectas de caracoles e invertebrados
para el catálogo, así como el reporte visual de algunas aves. Era solo el tercer día sobre la cuenca fluvial del Sagua y mi
colección zoológica ya era amplia, nunca antes se había hecho un catálogo tan extenso sobre el hábitad acuático de la Villa
del Undoso y esto nos emocionaba. Puse todas mis cajas sobre dos catres que sacamos fuera de la casa de campaña y aquello
parecía un gran Museo de Ciencias Naturales. <Algún día tendremos un museo”- escribí aquel día en mi diario>-
(El Museo de ciencias naturales es muy necesario para Sagua La Grande tan rica en especies biológicas que incluso han desaparecido
en otras regiones de la Isla). Recostamos todas las tablas de insectos y arácnidos sobre la pared de la casa de campaña y
mis tres amigos posaron para una foto que yo les tiré y que
hoy en día aun no puedo localizar (pagamos cualquier precio por encontrarla). Guillermo aprovechó aquella tarde para oir la
banda de radioaficionados y anotó muchos mensajes para luego mandar sus QSL desde Sagua, pero ese atardecer también tuvimos
la fortuna de que nos visitó por tierra nuestro amigo Urbicio y en el acto se
convirtió en nuestro eficiente cocinero oficial demostrándonos que en el monte también se puede cocinar como en el hogar.
Nos trajo también un poco de ron y celebramos aquella noche su llegada al campamento del Júcaro. Urbicio es una persona callada
y práctica al que hemos admirado desde que se unió al grupo Sabaneque el año anterior; es esa especie de individuo natural
nacido para la guerrilla que no expresa mucho pero que resuelve muy rápido los problemas de un campamento aislado. Nos hizo
una comida muy rica que nos recordó el hogar pues en 3 días ya se extrañaban a nuestras madres. Después de la cena dedicamos
unas horas a conversaciones muy interesantes a los misterios de Sabaneque. Estábamos en el mismo medio del misterio y nos
sentíamos dueños y señores de sus dominios. Pensábamos que allá en Sagua nuestros amigos se divertían en el Parque de la Libertad
saludando a las bellas sagüeritas que desfilaban antes sus ojos, mientras que nosotros
nos conformábamos con lechuzas, grillos y ranas que nos mostraban las aguas estancadas del Undoso. La noche se esfumó con
el cansancio y las sorpresas nos esperaban con el amanecer…
Por la noche oímos aullidos de perros jíbaros.

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SITIOS ARQUEOLOGICOS: “MATADERO- A y B”
El dia 4 de
Agosto de 1976 lo dedicamos a explorar el tramo que nos faltaba desde nuestro campamento hacia Sagua; arrancamos el motor
por la mañana y nos llevamos todo un cargamento para no tener que regresar al campamento por todo un día. Al principio temíamos
dejar a nuestro campamento abandonado, pero con la llegada del agradable y útil viejito Pampín comprendimos que ahora si tendríamos
más libertad de movimiento. Pampín se comprometió a tenernos la cena lista cuando regresáramos por la tarde y con esa ventaja
nos fuímos hacia el Sur del campamento en la cadena de exploraciones que nos faltaba por empatar desde Sagua hasta el Júcaro.
Llegamos aún temprano a las cercanías del matadero de Sagua y a partir de ahí comenzamos el rastreo de ambas riberas. Lázaro
y Guillermo explorando la banda Este del río y Rafe y yo la orilla occidental hasta donde pudiéramos en 10 horas. El compromiso
era aprovechar el máximo del día para así poder vencer esta primera etapa del río hasta nuestro campamento, pero había mucho
que ver en ese trecho y no nos bastaría con un solo día para completar nuestro plan. Esta etapa del Undoso es maravillosa
y necesita de más atención de los futuros exploradores, quizás sea la más dañada desde el punto de vista del contacto de la
civilización moderna pero en todos y cada uno de sus puntos rastreados encontramos sitios aborígenes alterados por la mano
actual. Cerca del matadero hallamos dos Sitios al que precisamente bautizamos como “Matadero A y B”, donde la
abundancia de dieta y conchas trabajadas (acumulada en cientos de capas) denota un basural prehistórico que debe estudiarse
con prontitud ya que la actual actividad civilizadora y la acción natural del río pueden diluirlas con el paso del tiempo.
Aunque nuestro objetivo principal era arqueológico, no perdí oportunidad de continuar mi catálogo zoológico y a cada minuto
un nuevo ejemplar pasaba a engrosar mi colección. Muchos insectos caían en mi jamo entomológico y los iba colocando cuidadosamente
en cajitas de fósforos con algodón y nicotina. Luego, al llegar al campamento, me deleitaba clasificándolos taxonomicamente
junto al portal de la tienda de campaña y disfrutando de la apacible brisa del estío.
En cuanto a los vertebrados, habían dos que eran foco
de mi atención debido a los tantos relatos existentes, el temible cocodrilo y el poético manatí. Nos han contado nuestros
mayores varias anécdotas de cocodrilos que se han capturado en el río Sagua, disecados y exhibidos se han conservado por mucho
tiempo en casas y escuelas de nuestra ciudad, por lo que no descartamos la posibilidad de que aun queden algunos individuos
aislados como sucede en el caso de los sábalos que a pesar de considerárseles extinguidos por completo del río Sagua, hemos
podico constatar la existencia de individuos sobrevivientes de pequeña talla. Aunque del cocodrilo no tuvimos reportes, en
cuanto al manatí la cuestión es menos enigmática ya que se conoce una gran población que aun ive en la desembocadura y personalmente
he saboreado sus gustosa carne ya que fatalmente continua en el mercado negro. Los manatíes se ven en ocasiones río adentro
a gran distancia de la desembocadura. Hemos coleccionado algunos de sus esqueletos como parte de donaciones de pescadores
y campesinos fluviales.
Aquella noche nos visitó el señor Pampín que era el
dueño de la cabañita de juncos en el islote y que curioso por nuestra casa de campaña de acercó con recelo para conocernos.
Le expliqué que éramos exploradores y que queríamos saber todo lo posible sobre su dominio; este amigo nos resultó muy amable
y benéfico a nuestra empresa porque en el acto se comprometió a cocinarnos durante todos los días que allí estuviéramos, cosa
que liberó a nuestro chef Urbicio
de sus labores culinarias marchando al día siguiente para Sagua.
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SITIOS
ARQUEOLOGICOS “DELTA A y B”

Amanece el 5 de Agosto, día medio de nuestra expedición,
Pampín nos trajo leche caliente, un tesoro que no poseíamos en nuestra despensa, y algunos la tomaron con café, yo la tomé
con mucha azúcar pues la caminata del día iba a ser muy larga y necesitaba quemar gran cantidad de energía. Dirigimos nuestro
bote hacia la zona de “Delta” y dejamos a Lázaro y Guillermo en la ribera oeste para dirigirnos Rafe y yo a la
banda oriental del río donde escondimos y encadenamos bien el bote, en este lado del río había menos tránsito humano.
Aquella noche fue muy agradable para todos porque
nos sentamos a orillas del río con el señor Pampín y su hijo a converzar de las cosas fascinantes de la naturaleza. Nosotros
teníamos ya algunos años acampando en los montes de sabaneque pero nuestro anfitrión llevaba toda una vida fluvial que le
había aportado sorpresas tras sorpresas. Nos contaba Pampín que las crecidas del Undoso habían llegado en muchas ocasiones
hasta su cabaña a pesar de estar algo elevada en el centro del “islote”.
Hicimos buena buena pesca, al menos para el catálogo zoológico
del Undoso, al sacar del río unos robalitos de buen tamaño (ver: PECES) y unas biajacas. Nos decía además nuestro anfitrión
que en esta área del río entran muchos peces del mar y nosotros lo habíamos comprobado personalmente en otros viajes por estas
orillas donde entrevistábamos a muchos pescadores fluviales y revisábamos su pesca.
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LA TORMENTA
El 6 de Agosto completamos las exploración del tramo
comprendido entre la ciudad de Sagua y San Jorge, ya comenzíbanos a tener una idea bien clara de la enorme actividad indígena
que en tiempos prehistóricos animaba a la cuenca del Undoso. Nos imaginábamos un tránsito
de canoas numeroso y un gran movimiento a lo largo de ambas riberas como nunca más lo ha habido, porque hemos de aclarar que,
lo que hoy es el tramo más deshabitado del río Sagua La Grande, en épocas pre-coloniales fue todo un hervidero de civilización.
Los aborígenes sagüeros contaban con el río más grande y caudaloso del norte cubano rico en moluscos, peces, quelonios, aves
y mamíferos, pero que además le brindaba la ventaja de un transporte rápido entre el mar y la tierra adentro, lujo con que
no podían contar otras comunidades indígenas.¡ Los que se apoderaron de la ribera del Sagua fueron los más prósperos sin duda
alguna! como bien muestra la abundante y variada dieta en nuestras excavaciones arqueológicas. La fauna marina, la fluvial
y la terrestre era de más fácil acceso para estas comunidades ribereñas que para el resto de los enclaves indios; y el ejemplo
lo vemos después cuando los colonizadores convierten a Sagua La Grande en la
ciudad más opulente del antiguo territorio Sabaneque, desde el río Sagua La Chica hasta los límites con Martanzas ninguna
otra comunidad pudo competir con la floreciente economía de esta villa enclavada en las márgenes del Undoso. Los indios lo
sabían y por eso ahora nos encontrábamos con sus numerosas ciudades prehistóricas a lo largo de toda la cuenca.
En cualquier recodo nos sorprendían gubias, cucharas,
martillos, infinidad de puntas de flechas (lo cual mostraba la intensa actividad de caza por estos bosques), raspadores y
vasijas de nuestros siboneyes. Montículos o asentamientos propiamente dichos teníamos unos pocos cada cierto tramo del río
pero todos ellos interconectados en todo momento por una visible actividad humana constante.
Aquella tarde regresamos temprano al campamento ya
que de pronto cúmulos de nubes oscurecieron el cielo; el olor de la fría brisa presagiaba tormenta. Con la alegría de un anfibio
nos acurrucamos dentro de nuestra morada de lona. Esperábamos el diluvio entre algunos traguitos de ron y con la estación
americana WQAM que con la versión de “La Quinta de Beethoven” inauguró el temporal.
Una fuerte ventisca comenzó por acariciar los sólidos
vientos de nuestra tienda, haciendo que el farolito suspendido en el techo nos alertara. De pronto, una banda del techo se
desinfló cayendo sobre nosotros; con rapidez traté de sostener la soga zafada, pero ya era tarde, la casa cedió y otros cordeles
saltaron; luchábamos inútilmente contra un serio mal tiempo, entre lluvia y truenos cada uno de nosotros trataba de sostener
los vientos de la tienda a gritos que apenas se oían; la situación se nos parecía mucho a los momentos anteriores a un naufragio
que habíamos visto en las cintas de piratas; la vela de nuestro barco era la enorme lona de la casa de campaña que no podíamos
controlar y que intentaba volar hacia el río como un inmenso globo aerostático lo que nos hizo tomar la decisión de introducirnos
en su interior y dejarnos caer como anclas para así protegerla lo mejor posible hasta que todo. Sentados en el suelo cada
cual agarraba con fuerza su pedazo y por mucho tiempo aquella postura nos debilitó mucho, en ocasiones llegamos a pensar que
sería preferible dejarla volar, pero el orgullo no nos permitía dejar nuestra expedición a medias, no nos podíamos ver las
caras y nos comunicábamos a gritos. Rafe sostenía la lona con ambas manos y con sus rodillas protegía al radio que aun cantaba.
Por fín la furia de los elementos comenzó a dar señales de pacto. Bajo el gris de la ya debilitada borrasca, comenzamos a
levantar de nuevo nuestro hogar como laboriosas termitas. Estábamos chorreando agua y temblando del frío, perdimos algunos
víveres y toda nuestra ropa y camas estaban empapadas de agua; por mi parte perdí parte mi cajita de insectos, sobre todo
algunas frágiles mariposas que me habían llevado tiempo capturarlas . Desde el río la voz de Guillermo nos comunicó que nuestro
barco yacía totalmente desbordado de agua, por lo que sin pérdida de tiempo comenzamos a achicarlo y una vez aligerado lo
subimos un poco a la tierra y atamos fuertemente; la oscura noche nos sorprendió en esta labor y con ella el empeoramiento
de la turbonada. Lázaro Daniel con una linterna y una capa fue a la cabaña de Pampín y recogió nuestra cena la cual devoramos
como felinos hambrientos. Preparamos nuestros húmedos catres como pudimos y nos recostamos a meditar sobre la agotadora jornada;
sobre el techo de la lona el sonido de la lluvia nos deleitaba y esto armonizando con nuestro cansancio terminó por rendirnos…
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¡ NAUFRAGOS FLUVIALES ¡
Otra hermosa mañana nos sorprendió en los exuberantes
bosques del Undoso, era 7 de Agosto, cerrábamos pues una semana desde que habíamos partido desde la escalinata río abajo.
Un arco-iris hacia el oriente reinauguraba nuestro paraíso. Nuestro buen hombre, padrino de la exploración, se nos apareció
con leche, café y galletas, le habíamos regalado nuestras latas de leche condesada
que le gustaba mucho, y él nos deleitaba con leche fresca de vaca.
Después de desayunar nos dimos a la tarea de
achicar el bote que se había llenado de nuevo durante la noche. Al intentar poner el motor en marcha todo fue inútil. Intento
tras intento terminó por convencernos de que nada más se podía hacer, ninguno de nosotros era mecánico, pero además, no teníamos
herramientas para trabajar. Ahora éramos “naúfragos” en nuestro islote; teníamos que hacer algo, pues aun nos
quedaba por explorar el tramo desde San Jorge a Júcaro para luego dedicar los días finales de nuestra expedición a rastrear
la interesante área de “El Dorado” y los complicados terrenos de la desembocadura.
Así pues nuestra exploración a través de los
tórridos bosque del Undoso se había detenido momentáneamente. No encontrando forma de reparar el motor del barco decidimos
enviar un mensajero a Sagua en larga caminata por los intrincados senderos de la ribera oriental, pero la pequeña chalana
del señor Pampín vino a salvar la situación al así poder trasladar a Rafael hasta la orilla oeste del río por donde le sería
más práctico llegar a Sagua localizando la carretera o el tren de Isabela. Me monté en la chalana con Rafe y así lo llevé
hasta la otra orilla, luego de despedirme vimos como se alejaba hacia la carretera de Sagua.
El sol avanzaba en el cenit. Mis colegas se
entretenían pescando y oyendo la radio en la banda “radio aficionados” de la onda corta por última vez porque
ya el radio había consumido los dos juegos de pilas. Yo aproveché la ocasión para conversar con el amigo Pampín algo sobre
este interesante reducto del río Sagua La Grande donde todo parecía conservarse.
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EL GATO, EL PERRO JIBARO Y LAS AVES
Sentados en un portal de cañabravas de su cabaña,
el viejo me explicaba: (-“el gato y el perro jíbaro abundan por aquí, y los pocos
venados que quedan se lo están comiendo los perros que los atacan en jaurías”. Sobre los perros jíbaros ya habíamos
tenido varias experiencias en diferentes campamentos de la antigua región Sabaneque y en no pocas ocasiones se habían atrevido
a acercarse hasta la misma tienda de campaña. Sobre los venados (Odocoileus virginianus) es conocido el asilo que han encontrado
entre los Mogotes de Jumagua, el río, y la costa, pero personalmente sólo habíamos observado un ejemplar juvenil capturado
cerca de Armonía y algunas cornamentas en el monte y adornos en las casas. Hace solo unos 15 años (1960) dejó de existir en
Sagua el “Club de Cazadores” que a lo largo de todo el siglo se dedicó a la caza del venado y hemos visto muchas
fotos con los venados recién capturados>.Se me ocurría de pronto la idea de que “El Júcaro” muy bien podría
convertirse en un futuro, en un excelente refugio a “Area Protegida” para la conservación de estos maravillosos
cérvidos. Valía la pena soñarlo).(Ver mamíferos)
“Es interesante además subrayar la enorme
cantidad de patos y otras aves migratorias que pueblan estos bosques, dándoles un colorido único solo comparable con las ciénagas
del Mogote, sin dejar de mencionar especies nacionales, endémicas, subespecies, raros visitantes, los cuales parecen (por
suerte) no haber sido descubiertos por el cazador como el “halconcito cubano” (no confundir con el “Cernícalo),
rara especie que aún anida en este rincón de Cuba. En el habitad acuático lo destaca la situación estratégica de ser “un
punto de tránsito entre especies de agua dulce y de desembocadura” hecho constatado por todo el que aquí pesque. Por
eso he propuesto a esta zona como candidata a : “Refugio de Vida Silvestre del Río Undoso”, sin dejar de tener
en cuenta, por supuesto, la enorme importancia arqueológica que tiene para Sagua este trecho del río.”
Durante aquella noche, sentado en la mesita
plegable y bajo la luz de un farol, mi fantasía me llevó a confeccionar un croquis de: “cómo luciría mi “refugio
del Júcaro”.
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EL JUCARO Y LA PROTECCION DEL RIO UNDOSO
En este interesante punto denominado “El
Júcaro” (a mitad de camino fluvial entre Sagua e Isabela) se fusionan dos hábitats básicos: el marino y el fluvial,
apareciendo una mezcla de flora y fauna que en su conjunto forman un sistema ecológico especial.
Aquí, aunque el agua aún es potable, podemos
observar animales completamente marinos mezclados con las especies propias del río. Esta observación, unida a la belleza natural
de su paisaje, y a la presencia de una abundante vida salvaje terrestre, bastarían para justificar una “Protección del
Area” convirtiéndola por tanto en un “Refugio de Vida Silvestre”. Pero hay más. Lo que llamamos “El
Júcaro” antaño constituyó un gran asentamiento indio digno de atención ya que esta comunidad nos presenta un patrón
muy diferente en su industria de la piedra al tan común en el indio cubano. La zona es además, junto a los Mogotes, un importante
punto de contacto de aves migratorias de las más variadas especies ya que la vegetación cambia enormemente en un área relativamente
pequeña.
Por tanto:
1- Debido a la deslumbrante belleza de esta zona, unido a otros factores como:
2- Vida salvaje abundante.
3- Sitio arqueológico de interés.
4- Distintos habitats en un área relativamente pequeña.
5- Zona de tránsito entre especies de agua dulce y de desembocadura.
6- Reporte de aves migratorias.
7- Posibilidades de cultivos varios
8- Necesidad de protección y rescate de nuestra fauna fluvial.
Propongo a esta zona para: “REFUGIO DE VIDA SILVESTRE DEL RIO UNDOSO”.
Si
existen tareas prioritarias para nuestra civilización, una de las principales es la protección del medio ambiente y la conservación
de nuestra historia.

Rústico croquis dibujado a mano en El Júcaro sobre la distribución que
podría tener nuestro Refugio de Vida Silvestre del Undoso.
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8 DE AGOSTO DE 1976
Al octavo dia de nuestra expeción llegó por río el mecánico
que nos repararía el barco y también se incorporaba a nuestra expedición Miguelito en sustitución de su hermano Rafael que
tenía compromisos que no le permitirían regresar en contra de su voluntad. En pocos minutos nuestro motor fue reparado e inmediatamente
salimos los 4 juntos para explorar los pequeños tramos que nos faltaban hasta
el Júcaro. Con esta inspección completaríamos el espacio Sur comprendido entre nuestro campamento y la ciudad de Sagua. Nos
quedaban pues, dos días más para cubrir el tramo Norte entre nuestro campamento y la desembocadura en Isabela. Entre las colectas
zoológicas tuvimos a la rana platanera Hyla septentrionales, la ranita Colín Grillo, la lagartija Anolis allogus, pude observar a muy poca distancia al Halconcito Cubano, al Bobito Grande (Myiarchus stolidus sagrae), entre otras especies.
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EL DORADO
Bien temprano el día 9 de Agosto, aun con poca
luz solar, marchamos lentamente hacia “El Dorado” el río despedía una bruma que fue luego despejándose con los
primeros rayos solares. El Undoso se mostraba muy interesante en estas coordenadas. Desde el centro del río íbamos saboreando
las distintas imágenes que desfilaban remisamente ante nuestros ojos. Al observar los grandes arbustos, nos venía a la mente
el palacio de “El Escorial” en España, construído según se ha dicho, con madera de estos antiguos bosques. Un
vistoso grupo de cañabravas amarillentas se inclinaban hacia las aguas resaltadas por el intenso verde del dosel forestal;
patos, gallinuelas, corúas, acentuaban el colorido.
Otro día de exploraciones viajando río abajo hacia el norte de “El Dorado” donde
apareció el primer Sitio aborigen.
En la zona del Dorado detuvimos nuestro barco
todo el día con el fín de localizar nuevos montículos. Aproveché la oportunidad para enseñarles a mis amigos el lugar donde
un año antes habíamos descubierto el primer sitio arqueológico de Sagua, así como el punto de la primera excavación y la posición
donde habíamos colocado la casa de campaña. “Es interesante notar como el río ha ido erosionando las altas orillas de
tal forma que puede observarse con gran claridad una excelente estatigrafía del terreno, es decir, diferentes capas o niveles
, perteneciendo cada una de ellas a diferentes épocas de la historia aborigen, ¡ Un verdadero libro escrito sobre la corteza
de la tierra!. Que debe excavarse rapidamente antes que las corrientes fluviales sigan lamiendo este borde o meseta. Además,
algunos planes agrícolas amenazan con remover esta aldea prehistórica intacta hasta el día de hoy”- escribí en el diario.
Durante la exploración por esta ribera localizamos
3 sitios más que bautizamos por orden abecedario y a eso de las 11 de la mañana cruzamos el río para localizar otro sitio
más lo cual sumarían 5, contando al original “Dorado A”. Con el descubrimiento del “Dorado E” marchamos
un poco hacia el norte, y a lo largo del trayecto podíamos confirmar que el volumen de dieta aquí acumulado era enorme, lo
cual reafirma que en el área existió sin dudas una gran población indígena. Desde el centro del río puede verse, sobre todo,
gran cantidad de Codakia y miles de mandíbulas de jutía, junto a infinidad de piezas de silex y otros instrumentos de nuestros
Siboneyes lo cual muestra que nuestros indios sagüeros estaban muy bien alimentados proteicamente con ese apetitoso roedor
que al parecer dominaba estos montes varios siglos atrás. Acercando el bote a estas altas paredes de hueso y barro podíamos
desprender a nuestro gusto la pieza que quisiéramos y a veces nos atacaba la tentación de arrancarlo todo, pero debíamos conservar
estas mesetas intactas para futuras excavaciones. No podíamos entender como nadie se había percatado antes de la existencia
de este tesoro arqueológico. Todo estaba a la vista y mirando las compactas franjas de dieta, podíamos incluso saber en cuales
épocas la comunidad india tuvo mejor caza y en cuales mejor pesca. Les había dicho a mis amigos señalando a un bloque de Codakias:
-“Miren esto, tremenda hambre pasaron este año”- a lo que contestó Lázaro señalando a miles de jutías por debajo:-“claro,
si se metieron dos comiendo jutías”.
Un poco más al norte caminamos un gran tramo
y vimos de nuevo a las hermosas aves de pico curvo conocidas por “Cocos” por el sendero que lleva al Estero de
Ibarra, famoso lugar de leyenda (ver: El Crucifijo de Ibarra) hacia donde tuvimos la tentación de llegar pero el viaje era
largo y no queríamos alejarnos de nuestra misión que era la cuenca del río, por lo que regresamos por un terreno más complicado
tratando de no rastrear la misma área dos veces. Nos tropezamos con cangrejos, arenas y pantanos, pero esta zona se mostró
estéril a nuestra vista, pero nos deleitaron estos parajes tan inópitos y nos sorprendía que en pleno siglo XX la civilización no frecuentara estas áreas; aquí capturé a un bello lepidóptero de la especie Papilio thoas. Al llegar al río tomamos el barco para cruzar hacia la orilla Oeste y aún tuvimos tiempo de colectar
otros instrumentos de concha y silex cercano a la zona donde el río se divide en dos, es decir río nuevo y río viejo. Eran
las 5: 15 de la tarde cuando regresamos al campamento río arriba, tuvimos la oportunidad de ver una aleta de tiburón dentro
del propio río y nos pareció identificarlo con un temible cabeza de batea, habíamos oído decir que a veces llegaban hasta
la misma ciudad de Sagua en las cercanías del matadero pero ahora sí podíamos afirmar, al menos, que “entraban al Undoso”
..
El barco caminaba lento forzado por la corriente, pero teníamos
buena provición de combustible pues el mécanico nos había traído a pedido nuestro un una reserva para varios días más.
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EL FINAL DEL BOTE
Lo que pasó fue que de pronto se hizo de noche,
el cielo encapotado hizo que el sol desapareciera por completo y de nuevo el viento frío nos indicó que otro aguacero nos
sorprendería. Yo iba conduciendo el bote y decidí acelerar al máximo; aquel motor vibraba del esfuerzo que hacía conta-corriente,
no era aconsejable esforzarlo tanto según nos habían aconsejado en Sagua. Las olas nos daban fuertemente en la proa y nos
levantaban peligrosamente, pero no podíamos darnos el lujo de quedarnos botados tan lejos del campamento. A mitad de la meta
comenzó a llover y con la experiencia anterior empezamos a temer que el motor se nos volviera a ahogar, por lo que acordamos
todos taparlo con nuestros propios cuerpos, al principio Migue se quitó la camisa y trató de cubrirlo pero muy rápido la tela
chorreaba y Migue temblaba de frío, el agua estaba congelada. Todos haciendo de techo logramos que el motor se conservara
por largo trecho; el diluvio era espantoso y ahora también temíamos que se nos inundara la embarcación. Dos sacaban agua y
dos protegían al motor, pero el aguacero era muy cerrado, no se podía ver a dos metros por delante, yo conducía a tacto y
el factor de choque también era otra preocupación. Le dí el timón a Migue y me puse a achicar el barco junto a Guillermo;
él conducía de pie para así poder cubrir al motor de la lluvia con su cuerpo junto a Lázaro Daniel, pero sus temblores fueron
aumentando hasta un nivel tal que tuvo que sentarse y nos asustamos de que Migue estuviera en problemas; le dije a Lázaro
que lo abrazara porque se nos iba a morir, nunca antes había visto a una persona temblando de aquella manera. Por fín doblamos
la curva que nos aproximaba al campamento y respiramos un poco más tranquilos, “el Inés” se había portado bien,
aunque a poco menos de un kilómetro se rindió definitivamente y con el impulso dimos un giro brusco para empotrarnos contra
la orilla. Nos vimos detenidos en medio de una gran tormenta pero al campamento había que llegar y con descomunal esfuerzo
logramos arrastrar al bote por toda la orilla hasta que por fín pudimos arribar al islote del Júcaro. De imediato le dije
a Lázaro que acompañara Migue hasta las casa de campaña y que se secara pronto. Guillermo y yo lo amarramos y corrimos con
la carga hacia el calor de nuestro hogar. Este fue nuestro último recorrido con “el Inés” que allí quedó semihundido
en las aguas del Undoso.
Por la noche, dentro de la casa de campaña,
nos dedicamos a clasificar el material que teníamos y yo lo anoté todo cuidadosamente
en la libreta de campo. A pesar del nuevo incidente con el barco, estábamos felices porque un 90 porciento de nuestro planeado
objetivo ya se había cumplido. Sabíamos que esta no sería la expedición definitiva, el Undoso necesitaba un mayor sondeo arqueológico,
pero para ser la primera vez en la historia que esto se hacía, habían sucedido muchas sorpresas en solo 9 días; la historia
de Sagua había dado un nuevo giro y de esto estábamos muy orgullosos todos. Destapamos la penúltima botella de ron y lo celebramos
como pudimos.
El dia 10 no se pudo emplear en la última exploración
planeada, pero dedicamos el día entero a rescatar a nuestro bote y a empacar todo nuestro cargamento para aligerar nuestra
partida. Alfredo, nos visitó en esa mañana del 10 como habíamos planeado desde Sagua y al explicarle el contratiempo, regresó
en el acto a Isabela para buscar ayuda.
Al día siguente (día 11 de Agosto de 1976) sentimos
en la mañana el pito de un barco que nos venía a rescatar. Un gran mástil se veía entre las copas de los árboles tratando
de arrimarse a nuestro improvisado puerto, y poco después nos dirigíamos en el gran barco hacía Isabela de Sagua. Hicimos
algunas paradas en el tramo final y comprobamos que las aldeas indias existíeron hasta la misma desembocadura. En la misma
desembocadura encontramos algunos basurales diseminados en ambas riberas. Los cementerios de conchas elaboradas son abundantísimos,
así como de Strombus sin elaborar. El tramo hacia la desembocadura está muy lleno de vida y vimos grandes cardúmenes de lisas,
por las orillas pude ver por primera vez a un grupo de Sevillas (Ajaia ajaja) que con la ayuda de los prismáticos identifiqué
por su inconfundible pico en forma de espátula.
Parece muy lógico que existiera en la prehistoria
tan enorme población teniendo en cuenta que nos encontrábamos ante el río más grande de toda la costa norte de la Isla de
Cuba.
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